Segunda oportunidad 

 Por Luis Fernando Jaramillo Arias 

Para muchos colombianos que hemos transitado tantos momentos de violencia, que hemos sido testigos de tanto odio, oír nombres como Mesetas, La Uribe, Lejanías, San Juan de Arama, Vistahermosa, La Julia, La Cristalina, Río Güéjar, río Guape, río Duda, río Cafre nos traen recuerdos muy duros de la historia reciente de Colombia. Estar en esos sitios y hablar con personas que pronuncian con naturalidad apodos que han aparecido en las noticias como protagonistas del terror, de la intimidación, pone los pelos de punta. 

Por obra del destino, visité esos lugares en una de esas búsquedas que hago para palpar la realidad nacional de una manera diferente a la que a veces nos formamos en un imaginario que nos construyen otros. 

Al margen de los nombres que nos causan tanto desasosiego, encontré poblados como cualquier otro en el país y también paisajes y accidentes geográficos que no existen en alguna otra parte del mundo. Ríos de verde color, raudales que emanan vida, piscinas naturales, profundos cañones en los que las aguas han transcurrido por millones de años horadando la roca y dibujando figuras que se ven como si fueran esculpidas a propósito. 

Pero lo más grato es ver jóvenes que hacen relatos que a veces no compartí por sus sesgos ideológicos pero que hacen un esfuerzo genuino por hablar equilibradamente de los gobiernos, por hacer menciones de épocas violentas diciendo que son pasado, de su infancia sufrida, de lo que quieren superar. 

Son los pobladores de esa región que quieren construir futuro. Son Colombianos, somos los mismos, la música es la misma, las costumbres son las mismas. ¿Somos todos una patria dividida por una dirigencia que insiste en mantenernos así? Odios, compartimientos, segmentaciones, separatismo identitario, cosas que no se entienden. A estas alturas; ¿Tenemos la conclusión sobre quién inició esta violencia perversa que se parece a una pelea en un estadio? Todos repartiendo golpes sin saber a quién y por qué. Un decir desgarra el alma: “Perdí mi papá, perdí mi hermano, perdí mi pasado. Solo me queda mi futuro y no quiero perderlo todo otra vez”. 

Ellos han visto en el turismo sostenible y de aventura la opción de conseguir una segunda oportunidad en la vida. Alguno dice “no tenemos plata pero tenemos ideas sanas que producen plata”. En ese pensar, de comunismo no hay nada. 

Tienen esos ríos que han dejado su huella en hondonadas labradas en roca con más de 100 metros de pared vertical, montañas caprichosas, llanuras infinitas, mil paisajes más y un gran empeño en asumir una actitud amable y de servicio para mostrar al mundo sus bellezas naturales, conservarlas y eliminar su estigma. 

Pedruni, un hombre convencido de estar en el camino correcto me decía: “Tengo que expresarles nuestros más sinceros agradecimientos, no solo por visitar nuestro territorio, sino también por no dejarse influenciar por los medios de comunicación amarillistas que respondiendo a políticos inescrupulosos, nos generan una atmósfera de falsa inseguridad. No negamos que existan problemas, pero hoy por hoy somos una de las regiones más seguras del país. Los rostros de los guías que los acompañaron son de personas que han sufrido el flagelo de la guerra y, gracias al turismo, tienen una mejor opción a la de empuñar un arma o raspar una mata de coca. La mejor forma de enfrentar el terrorismo es no teniendo miedo. Regresen, los estaremos esperando” 

Pedruni y yo nos abrazamos. Seguramente él perteneció a algún grupo armado; él puede pensar cualquier cosa de mí, pero el abrazo fue sincero entre ambos. 

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