
Hay días en que el mundo parece susurrarte algo que no alcanzas a entender. Una certeza antigua, como si hubieras olvidado algo esencial en el camino. No es nostalgia. Es memoria. Memoria del alma.
Yo también he sentido ese llamado. Ese despertar en mitad de la noche donde todo —absolutamente todo— tiene sentido por un instante, para luego esfumarse como arena entre los dedos. Pero la huella queda. Y es ahí, en esa huella, donde descubres la verdad más profunda: nunca has dejado de saberlo todo.
La Llave que Siempre Tuviste.
Tus manos guardan secretos que tu mente ignora. Tus latidos llevan el ritmo de un universo que te habla en silencio. No necesitas maestrías ni iniciaciones para acceder a esto. Solo atreverte a creer en lo que ya palpitas.
¿Cuántas veces has sentido esa chispa al ayudar a alguien sin pensar? ¿Esa certeza inexplicable al tomar una decisión? No es intuición. Es el recuerdo de quien realmente eres, asomándose por entre las grietas de lo cotidiano.
Pasamos la vida corriendo tras gurús, libros y técnicas, creyendo que la sabiduría está en otra parte. Pero la verdadera trampa no es la ignorancia: es creer que estás separado de la fuente.
Yo he caído mil veces. He viajado, he estudiado, he meditado imaginando que la iluminación me esperaba en algún lugar lejano. Hasta que un día —en medio del fracaso— entendí: el silencio no se encuentra, se reconoce. Ya estaba aquí. En mi respiración. En ese vacío que llena todo cuando dejas de huir.
El Poder del Ahora no es un concepto. No es un libro. Es la carne viva de la existencia. El momento en que dejas de preguntar «¿qué debo hacer?» para simplemente ser.
Hoy, mientras lees esto, el milagro ya está ocurriendo:
– La luz que se filtra por tu ventana
– El peso de tu cuerpo en la silla
– Ese suspiro que no sabías que contenías
Esto es espiritualidad. No teorías. No dogmas. La vida misma rompiéndose en mil pedazos frente a ti.
La única práctica que Importa.
Olvida las posturas complicadas. Abandona la obsesión por los rituales. Si quieres recordar quién eres, haz esto:
1. Para. Tres veces al día. Sin razón.
2. Respira. Como si fuera la primera y última vez.
3. Pregunta: ¿Qué estoy evitando sentir ahora?
La respuesta no vendrá en palabras. Vendrá como un temblor, un alivio, una lágrima que no entiendes. Ese es tu diamante en bruto.
Este texto no es casualidad. Tú y yo estamos aquí porque el universo —esa inteligencia que late en tus venas— lo quiso así. No para enseñarte nada. Para recordarte lo siguiente:
– No estás roto
– No llegas tarde
– No hay nada que alcanzar
Solo hay algo que dejar caer: la mentira de que eras pequeño.
Mira tus manos. Ahí está el poder.
Siente tu pecho. Ahí está el amor.
Escucha tu silencio. Ahí estoy yo.
Porque tú y yo somos lo mismo.
Y siempre lo supiste.
—
*¿Cuándo fue la última vez que te permitiste creerlo?*
Claudia Esperanza Castaño Montoya