
En Colombia, los cursos de monetización en redes sociales ofrecidos por influenciadores se han convertido en un fenómeno cada vez más común. Sin embargo, este modelo de negocio acaba de recibir un fuerte golpe institucional: la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) confirmó una multa de 813 millones de pesos contra el creador de contenido Yeferson Cossio por presuntamente engañar a sus seguidores con promesas de éxito financiero inmediato a través del Método Cossio.
Con una multa de 813 millones de pesos, la SIC concluye que el influenciador incurrió en publicidad engañosa al promocionar su curso Método Cossio, una supuesta fórmula mágica para volverse millonario en redes sociales. En su discurso de ventas, Cossio prometía que sus compradores podrían recuperar lo invertido —e incluso ganar mucho más— simplemente publicando un primer video. ¿Pero era esto realmente posible?
La promesa del curso: ganar millones con solo un video
El curso ‘Método Cossio’ se anunciaba con frases cargadas de ilusión y expectativa: “Qué van a pensar ustedes ya en cinco meses cuando todos los que sí compraron el curso estén tapados en seguidores, en plata”, o incluso, “eso lo pueden librar literalmente con su primer video”. Estas frases, según la SIC, consolidaban una idea muy clara: si el usuario seguía las indicaciones, no solo recuperaría su inversión, sino que obtendría un patrimonio considerable en un periodo de cinco meses.
No obstante, la Superintendencia fue tajante al señalar que estos mensajes inducían al error, ya que la promesa carecía de garantías reales o sustentos objetivos. Lo que se vendía era una ilusión, y esa ilusión fue monetizada.
Además, el hecho de que Cossio usara su propia historia de éxito en redes sociales para promover el curso agravó la situación. Se aprovechó del reconocimiento que tiene entre sus millones de seguidores para crear una falsa percepción de replicabilidad. Como si su historia fuera fácilmente alcanzable para cualquier otro usuario con acceso al curso.
La SIC y la defensa del consumidor frente a las nuevas formas de publicidad
Este caso marca un antes y un después en la relación entre los influenciadores y sus audiencias. La SIC no solo sanciona a un individuo, sino que envía un mensaje contundente a toda una industria: la publicidad en redes sociales también está sujeta a regulación y no puede ampararse en la informalidad del “contenido espontáneo” para evadir responsabilidades.
Yeferson Cossio no es un ciudadano cualquiera en internet. Su influencia alcanza millones de personas y, con ello, su responsabilidad también se multiplica. En este caso, la entidad de control evidenció que el contenido promocional del curso tenía un claro sesgo de venta, disfrazado de consejo personal, lo que constituye una práctica comercial engañosa.
La multa, aunque alta, es solo uno de los componentes. También está el daño reputacional y el precedente legal que esto establece. Otros influenciadores que comercializan productos, servicios o asesorías tendrán que pensar dos veces antes de exagerar o prometer resultados sin base real.
¿Se puede enseñar el éxito en redes sociales en un curso?
Este es el punto más polémico y, probablemente, el más complejo. ¿Se puede sistematizar una fórmula de éxito como la que propone el Método Cossio? Muchos expertos coinciden en que no. Las redes sociales operan bajo algoritmos cambiantes, comportamientos volátiles de usuarios y una competencia feroz por la atención. Aunque existen buenas prácticas y herramientas, no hay garantía de éxito.
El marketing de “vendehumos”, como lo llaman muchos en la industria, se ha disfrazado de empoderamiento digital. Se aprovecha del deseo legítimo de miles de jóvenes de mejorar su situación económica a través del mundo digital. Pero cuando esa esperanza se canaliza hacia esquemas que prometen resultados rápidos y fáciles, estamos ante un problema ético grave.
Yeferson Cossio, al presentar su experiencia personal como un camino universal, omitió un principio básico: lo que funciona para uno, no necesariamente funciona para todos. En lugar de empoderar, se vendió una falsa esperanza. Y cuando esa esperanza tiene precio, la responsabilidad se vuelve legal, no solo moral.
¿Será este el punto de inflexión para regular a los influenciadores?
Este caso abre la puerta a una conversación más amplia: ¿hasta dónde llega la responsabilidad de un influenciador cuando convierte su imagen en un canal comercial? ¿Debe el Estado intervenir más activamente para proteger a los consumidores digitales?
La Superintendencia de Industria y Comercio ha dado un paso clave, pero queda por ver si esta decisión se traducirá en cambios estructurales dentro del ecosistema digital colombiano. ¿Se animarán otras entidades a seguir este camino? ¿Tomarán nota las plataformas como Instagram, YouTube o TikTok?
En un país donde cada vez más personas buscan nuevas formas de ingreso a través de internet, la credibilidad no puede ser una moneda de cambio más. La lección de este caso es clara: la fama no exime de responsabilidad, y las promesas en internet también deben cumplirse.