
En la escena política contemporánea, en los pasillos, salones, cafés, directorios, oficinas, entre otros escenarios, una frase resuena con particular frecuencia: “la política es dinámica”, a prima facie, esta aseveración parece una verdad innegable, ya que la política después de todo, al desarrollarse de manera gradual e impulsada por la necesidad de organización y convivencia en las sociedades humanas, hace que la misma sea un ámbito en perpetua metamorfosis, en donde las circunstancias y actores se reconfiguran sin cesar. Sin embargo, detrás de esta aparente flexibilidad, se esconde una realidad más compleja y, a menudo, cuestionable.
La famosa «Dinámica», empleada como una justificación del cambio de principios, se da con demasiada frecuencia, esta noción de «dinámica política», pretende justificar cambios abruptos en los principios y las convicciones. Es increíble observar la desfachatez de aquellos que ayer defendieron una causa con fervor y hoy la abandonaron sin ningún pudor, alegando que «las circunstancias han cambiado» o sin dar explicación coherente a su actuar, los ideales que parecían inquebrantables, se desvanecen ante la perspectiva del poder, y las alianzas se forjan y se rompen, siempre al ritmo de la conveniencia.
Y es esta flexibilidad excesiva, la que debe planearnos como sociedad unos interrogantes fundamentales frente a la integridad en la forma de hacer este tipo de política, ya que ¿Dónde queda la coherencia?, ¿Qué valor tienen los principios si se pueden desechar con tanta facilidad?, así las cosas, está mal llamada «dinámica política», es un eufemismo del oportunismo actual, una máscara que oculta la ambición desmedida y la falta de escrúpulos de muchos que defienden a capa y espada con miles de justificaciones esta práctica.
Es gracias a esta forma cínica de actuar de los flamantes candidatos y sus flamantes equipos y copartidarios, lo que en la actualidad desgasta la confianza y hace crece la polarización, gestando a su vez consecuencias devastadoras en la credibilidad de las instituciones y de los mismos líderes políticos, dándonos la certeza como ciudadanos, que la política es un juego de intereses cambiantes, donde las convicciones se venden al mejor postor, e instalando la desconfianza en lo más profundo del corazón de la sociedad, que sumado a la polarización que radicaliza los bandos y endurece los discursos, dificulta aún más el dialogo, la política entonces, se ha convertido en un campo de batalla, donde solo importa la victoria, sin importar los costos.
Ya es hora, de repensar la noción de «dinámica política», claro que la adaptabilidad es necesaria, pero no a cualquier precio, la brújula siempre deben ser los principios, estos deben ser la guía de la acción política, y la responsabilidad, debe ser el motor que impulse todas las decisiones hacia una verdadera política con principios y responsabilidad.
No debemos olvidar, que los líderes políticos deben rendirnos cuentas, ya que es a nosotros, como sociedad a quienes se deben, de allí que deban explicar con claridad sus cambios de postura y cuales fueron esas razones de peso en sus ideales las que los motivaron a cambiar de bando, nosotros como ciudadanos, por nuestra parte, estamos en la obligación de exigir no solo coherencia, sino transparencia, premiando a aquellos que mantienen sus convicciones y castigando a los que se dejan llevar por el oportunismo.
La política no puede seguir siendo un juego de máscaras, en donde los principios se cambian como si fueran disfraces, es necesario recuperar la integridad y la responsabilidad, que nos permita construir una política que esté al servicio de la ciudadanía y no de los intereses particulares.
En última instancia, esta «dinámica política» debería surgir de un verdadero proceso de adaptación a las nuevas realidades y dinámicas sociales, pero siempre dentro de un marco de principios y valores sólidos, porque la auténtica habilidad de un verdadero político, no reside en su capacidad para cambiar de bando, sino en su capacidad para mantenerse fiel a sus convicciones, incluso en los momentos más difíciles.